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Turkheim

La Regla Masónica al Uso de las Logias Rectificadas, que consta de nueve artículos, fue redactada por el Barón Jean de Turckheim y adoptada por el Convento de Wilhelmsbad de 1782. Sigue vigente, como regla de vida, para todos los masones rectificados del mundo. Este es su artículo Tercero.

El Ser Supremo confía de forma muy cierta sus poderes sobre la Tierra al Soberano; respeta y ama su autoridad legítima sin importar dónde esté el rincón de la Tierra que habites; tu primera ofrenda pertenece a Dios, el segundo, a tu Patria.

El hombre errante en las selvas, sin cultura y huyendo de sus semejantes, sería impropio para cumplir con los designios de la Providencia y alcanzar toda la dicha que le está reservada. Su ser se engrandece en medio de sus semejantes; su espíritu se fortifica contrastando opiniones; pero una vez en medio de la sociedad, tendrá que combatir sin cesar el interés personal y las pasiones desordenadas; y la inocencia pronto sucumbiría bajo la fuerza o bajo las astucias. Son necesarias, pues, las leyes para guiarle, y responsables para mantenerlas.

¡Hombre sensible!, que honras y respetas a tus padres; honra del mismo modo a los padres del Estado y ruega por su conservación; son los representantes de la Divinidad en la Tierra. Si se desvían, responderán de ello ante el Juez de los Reyes; mas tu propio juicio te puede engañar, y jamás te exime de obedecer. Si faltas a este deber sagrado, si tu corazón no se estremece con el dulce nombre de la Patria y de tu Soberano, la Masonería te rechazará de su seno como refractario al orden público, como indigno de participar de los privilegios de una asociación que merece la confianza y la estima de los gobiernos, ya que uno de sus principales móviles es el patriotismo y que, celosa de formar a los mejores ciudadanos, exige que sus afiliados cumplan, con el máximo celo y por los motivos más depurados, todos los deberes de su estado civil. El soldado con más coraje, el juez más íntegro, el maestro más afable, el servidor más fiel, el padre más amoroso, el esposo más constante, el hijo más sumiso, debe ser el Masón, ya que, las obligaciones usuales y comunes del ciudadano han sido santificadas y reforzadas por los votos libres y voluntarios del Masón, y quien no las cumpla juntará a esa flaqueza, la hipocresía y el perjurio.

Inmortalidad del Alma

¡Hombre! ¡Rey del mundo! ¡Obra maestra de la creación que Dios animó con su Aliento!, medita tu sublime destino. Todo lo que vegeta alrededor de ti, y que sólo tiene una vida animal, perece con el tiempo, y está sometido a su dominio: sólo tu alma inmortal, emanada del seno de la Divinidad, sobrevivirá a las cosas materiales y no morirá jamás. He ahí tu verdadero título de nobleza; siente con fuerza tu dicha, pero sin orgullo: él pierde a tu raza y te precipita otra vez en el abismo. ¡Ser degradado!, a pesar de tu primitiva grandeza, ¿quién eres tú delante .del Eterno? Adórale desde el polvo y separa cuidadosamente este principio celeste e indestructible de mezclas extrañas; cultiva tu alma inmortal y perfeccionable, y hazla susceptible de ser unida al origen puro del bien, entonces será liberada de los groseros vapores de la materia. Es así que serás libre en medio de la esclavitud, dichoso en el centro mismo de la desgracia, inamovible en el más fuerte de los temporales y podrás morir sin temor.

¡Masón!, si jamás llegas a dudar de la naturaleza inmortal de tu alma, y de tu alto destino, la iniciación será estéril para ti; dejarás de ser el hijo adoptivo de la sabiduría, y serás confundido con la multitud de seres materiales y profanos, que deambulan entre las tinieblas.

Deberes con Dios y la Religión

Tu primera ofrenda pertenece a la Divinidad. Adora al Ser pleno de majestad que creó el universo por un acto de su voluntad, que lo conserva por efecto de su acción continuada, que llena tu corazón, y que tu espíritu limitado no puede concebir ni definir. Compadece el triste delirio de aquel que cierra sus ojos a la luz y se pasea por las espesas tinieblas del azar. Que tu corazón enternecido y reconociendo los beneficios paternales de tu Dios, rechace con desprecio estos vanos sofismas, que prueban la degradación del espíritu humano cuando se aleja de su origen. Eleva siempre que puedas tu alma por encima de los seres materiales qué te rodean, y lanza una mirada plena de deseo hacia las regiones superiores que son tu herencia y tu verdadera patria. Ofrece a Dios el sacrificio de tu voluntad y de tus deseos, hazte digno de esas influencias vivificantes, cumple las leyes que Él quiere que cumplas como hombre en tu existencia terrenal. Complacer a Dios, he ahí tu dicha; estar siempre unido a Él, ésta debe ser tu mayor ambición y la brújula de tus acciones.

¿Cómo osarías sostener su mirada, tú, ser frágil, que infringes a cada instante sus leyes y ofendes su santidad, si su bondad paternal no te proporcionara un reparador infinito? Abandonado a los extravíos de tu razón, ¿dónde hallarías la certeza de un porvenir consolador? Entregado a la justicia de tu Dios, ¿dónde estará tu refugio? Da pues gracias a tu Redentor; prostérnate ante el Verbo encarnado, y bendice a la Providencia que te ha hecho nacer entre los cristianos. Profesa en todo lugar la Divina Religión de Cristo, y no te avergüences de pertenecer a ella. El Evangelio es la base de nuestras obligaciones; si no creyeras en Él dejarías de ser Masón. Muestra en todas tus acciones una piedad esclarecida y activa, sin hipocresía ni fanatismo; el Cristianismo no se limita a unas verdades especulativas; practica todos los deberes morales que enseña, y serás feliz; tus contemporáneos te bendecirán y te presentarás sin turbación ante el trono del Eterno.

Sobre todo imbúyete de este principio de caridad y de amor, base de esta Santa Religión; lamenta el error sin odiarlo ni perseguirlo, deja únicamente a Dios el acto de juzgar, y contente con amar y tolerar. ¡Masones! ¡Hijos de un mismo Dios! ¡Reunidos por una creencia común en nuestro Divino Salvador!, que este vínculo de amor nos una estrechamente y haga desaparecer todo prejuicio contrario a nuestra concordia fraternal.

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