Es: Oswald Wirth

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Oswald Wirth

Extracto de Libro del Aprendiz, escrito por Oswald Wirth en 1894. En la imagen, el mago del Tarot dibujado por Wirth y Stanislas de Guaita.

La Francmasonería (...) deriva de una confederación de picapedreros y arquitectos, cuyas ramificaciones se extendieron en la Edad Media sobre toda la Europa occidental, transmitiéndose el secreto de su arte. Esos constructores se conformaban con los usos antiguos. Practicaban los ritos de los iniciados, que las leyendas corporativas hacen remontar a la más remota antigüedad.


Debemos guardarnos de tomar a la letra estas tradiciones ingenuas. Tienen mucho de mitológicas y a menudo un sentido alegórico. Es una manera de decir que la Francmasonería ha existido siempre, si no realmente, por lo menos en estado latente, es decir, que ella responde a una necesidad primordial del espíritu humano.

Al iniciaros en sus Misterios, la Francmasonería ha querido hacer de vosotros hombres escogidos, sabios o pensadores, elevándoos por sobre la masa de los seres que en nada piensan.

No pensar, es consentir en ser dominado, conducido, dirigido y tratado comúnmente como una bestia de carga.

Es por sus facultades intelectuales que el hombre se distingue del bruto. El pensamiento lo vuelve libre, y le da el imperio del mundo.


Pensar es reinar

Pero el Pensador ha sido siempre una excepción.

En otro tiempo cuando el hombre tuvo ocasión de abandonarse al recogimiento, se perdió en el sueño; en nuestros días, cae en un exceso contrario; la lucha por la vida lo absorbe, hasta el punto que no le queda tiempo para meditar con calma y cultivar el Arte supremo del Pensar. Pues, este Arte, llamado el Gran Arte, el Arte Real o el Arte por excelencia, le corresponde a la Francmasonería el hacerlo revivir entre nosotros.


La intelectualidad humana no puede continuar debatiéndose entre dos enseñanzas que excluyen la una y la otra el pensamiento: entre la Iglesia, basada en la fe ciega; y las escuelas, que sentencian los dogmas de nuestras nuevas creencias científicas. Ahora que todo conspira para evitar a nuestros contemporáneos la pena de pensar, es indispensable que una institución poderosa haga revivir el estandarte de las tradiciones que se olvidan.

Nos faltan pensadores, y no es nuestra enseñanza universitaria la que puede formarlos.

El pensador no es el hombre que sabe mucho. No debe tener la memoria sobrecargada de recuerdos embarazosos. Es un espíritu libre, que no tiene necesidad ni de catequizar ni de adoctrinar.

El pensador se forma por sí solo, es hijo de sus obras. La Francmasonería lo sabe, y evita inculcarle dogmas. Contrariamente a las Religiones, no pretende estar en posesión de la verdad. La Masonería no sólo se limita a ponerlo en guardia contra el error, sino que además se afana en que cada uno busque la Verdad, la Justicia y la Belleza.

La Francmasonería repudia la fraseología y las fórmulas, con las cuales los espíritus vulgares se enseñorean para engalanarse de todos los oropeles de un falso saber. Quiere obligar a sus adeptos a pensar y da, en consecuencia, su enseñanza bajo el velo de las alegorías y de los símbolos. Invita, asimismo, a reflexionar a fin de que se apliquen a comprender y a descubrir.



Idiomas

Deutsch,